miércoles, 5 de abril de 2017

Un mal sueño

Hoy me desperté sobresaltado. Soñé que vivía en un mundo “low cost”, y “fast everything” en el que las palabras mágicas que abrían las puertas del éxito eran “gratis” y “rápido”. Era un planeta plagado de fronteras artificiales en el que todos sus habitantes se agrupaban en tribus, cientos de miles de tribus, enfrentadas entre sí, gobernadas por un estulto repeinado que trataba de dirigirlo todo con órdenes de no más de 140 caracteres, y que pensaba que dirigir un estado no era muy distinto que dirigir una empresa.

Entre la gran diversidad de tribus, pude distinguir la de las buenas y la de las malas personas, aunque cualquiera podía cambiar libremente de la una a la otra a su antojo. También había personas guapas y feas, listas y tontas, pobres y ricas, heterosexuales y LGTBI, religiosas y ateas, de izquierdas y de derechas incluso también de centro que paseaban también a placer de un lado al otro de la calle. Había las altas y las bajas, las trabajadoras y las vagas, las violentas y las pacíficas, y así toda la población se repartía en tribus, cada una de las cuales odiaba convenientemente al resto y adoraba con fe ciega a la propia.

Los niños, aprendían desde pequeños que las habilidades nacen con uno y que el esfuerzo era una absurda pérdida de tiempo. Sus padres les protegían de todo mal y los profesores trataban en vano de inculcarles un concepto prohibido: “la pasión por aprender”. ¿Aprender para qué?

Era un mundo sin razón, sólo de sentimientos. Emotivo y primario en el que era tan difícil encontrar respeto como una pared limpia.

Por suerte solo era un sueño. ¿Se imaginan que ese mundo fuera real?