miércoles, 5 de febrero de 2014

De mentiras


Al igual que en esos interminables días de lluvia, he llegado a un punto en que, el continuo aguacero de mentiras, tan solo me impulsa a quedarme en casa a esperar a que escampe.

Mirando de vez en cuando esa ventana negra que tengo en el salón y esperando a que el diluvio pase, como hiciera Noé con los animales, he ido clasificando las mentiras por categorías. Y así, he determinado que hay mentiras no me entero: “Hay más flexibilidad para que trabajadores y empresarios puedan regular sus relaciones laborales” y mentiras no me quiero enterar: “La ideología del… (adivinen qué partido) ha traído el mayor progreso en la historia de la humanidad”. Mentiras evidentes: "Desde el primer momento hemos subido en este país las pensiones" y mentiras dolorosas: “Nunca utilizaremos el terrorismo en la confrontación política”. Mentiras graciosas: "Los 130.000 no son parados, sino que son personas que se han apuntado al paro", mentiras creíbles: “No se pueden subir los impuestos. Nadie en época de recesión y de crisis sube los impuestos” y hasta mentiras reales: “La justicia es igual para todos.”

Mentiras a corto y a largo plazo, mentiras solemnes y burdas, mentiras de arriba abajo y de abajo arriba, mentiras por la izquierda, por la derecha y mentiras en el centro que ya es en sí una gran mentira.

Y clasificando sigo aquí en mi salón, preguntándome si después de tal cellisca, seremos capaces de identificar una verdad, si es que algún día la vemos delante.