Francisco José Pan-Montojo Puga |
Mi padre murió hace 5 años de Parkinson. Sé que su neurólogo
diría que el Parkinson no mata pero, digamos que lo deterioró lo suficiente
como para que cualquier incidente pequeño lo postrase en la cama y, sumando
otras complicaciones, acabase con su vida.
Murió triste, atrapado en un cuerpo que no le respondía como
él quería. Muchas veces le vi llorar por ser consciente del deterioro que iba
notando de un día para otro.
Aprendí a identificar la enfermedad en la gente, incluso
joven, que veo por la calle. El rostro inexpresivo - le llamábamos “cara de
luna”-, el alabeo al empezar a caminar, los temblores, las dificultades para
expresarse.
Por eso soy consciente de la importancia del descubrimiento
de Francisco José Pan-Montojo Puga,
un licenciado en medicina por la Universidad Autónoma de Madrid que realizó sus
investigaciones en Dresde gracias al Programa Internacional de Doctorado del Instituto Max-Planck de Biología Celular y
Genética fundado en esa localidad en el año 2001.
El ejemplo de este coruñés emigrado, viene como anillo al dedo para
explicar lo que está ocurriendo con la investigación en nuestro país. Formamos
con dinero público a profesionales que luego becados, van a completar su
formación al extranjero, donde hacen sus descubrimientos que acaban
transformándose en patentes que luego pagamos aquí a precio de oro y que
enriquecen a sus países de origen, en este caso Alemania.
Francisco lleva desde septiembre de 2006 trabajando en su tesis
doctoral. En España nadie financiaría una investigación que tardase
seis años en dar frutos, y quizá otros seis en generar una patente que haga
rentable la inversión. En España hemos abrazado la cultura de la “plusvalía
inmediata” y por eso lo que no lleve adherida una comisión o un beneficio
especulativo rápido no nos interesa. Ese es el motivo por el que nuestros
bosques están plagados de eucaliptos y no de hayas. Por eso invertíamos en la
construcción que en los “buenos” tiempos permitía duplicar o triplicar en menos
de tres años el dinero invertido y no en investigación. ¿Por qué apoyar a la
tortuga cuando sabemos que la liebre corre más?
Gracias a Francisco, ahora sabemos que el origen del
Parkinson está en determinados pesticidas para los que algunas personas tienen una
escasa capacidad para contrarrestar sus efectos
y que acaban produciendo la enfermedad en el intestino y de ahí
transmitiéndola al cerebro. Algunos de estos pesticidas están permitidos en la
Comunidad Europea. La pregunta es ¿será necesario hacer un estudio de
rentabilidad para que nuestros gobernantes prohíban esos pesticidas, o les
llegará con saber el sufrimiento que producen?
En mi mundo, los niños pedirían autógrafos al Doctor
Pan-Montojo y no a los que tienen como única habilidad, hacer malabares con una
pelota o correr más rápido que los demás.