viernes, 16 de noviembre de 2012

¡Que continúe el espectáculo!

Miramos la vida, a través de una pequeña ventana de cristal. Nunca la nuestra, siempre la de los otros. Eso nos permite compararnos, hacer más patentes nuestras carencias y convertirlas en necesidades a golpe de botón de un mando a distancia.

Queremos lo que no tenemos porque, ¿acaso no es eso lo que significa “querer”? ¿No es eso acaso lo que nos han enseñado desde niños?

Dejamos que, a través de esa desprotegida ventana que voluntariamente abrimos, nuestra fortaleza se inunde de zafiedad, de ejemplaridad grotesca, de vanidad, de soberbia, de prepotencia, de necedad y de impasible jactancia. ¿No son esos acaso los síntomas del éxito?

Presumimos la felicidad de los otros queriendo ser como ellos. ¿No es acaso ser envidiado un síntoma de felicidad?

No interesamos como personas, sólo como trabajadores y consumidores. Y así, en un macabro circo del absurdo, trabajamos para consumir y consumimos para que los demás trabajen. Luego, como al niño al que le han dado a probar su primer caramelo, desde la ventana nos han gritado que lo olvidemos, que el dulce es malo para nuestros dientes.

Ahora trabaja más pero consume menos. Y si tus deudas te dejan en la calle, esta Navidad, pide a los fabricantes de ilusiones una moratoria de dos años para que continúe el espectáculo.

Qué triste ser el actor del que todos se ríen pero al que al llegar a su casa, nada le hace gracia.