Al parecer, Fátima Bañez nunca ha tenido que superar una entrevista de
trabajo, nunca ha firmado un contrato laboral sin leer las condiciones porque de
haberlas leído no lo habría firmado. Nunca la han echado de ningún empleo
felicitándola por el buen papel desarrollado. No sabe lo que se siente cuando
el dueño de tu empresa os reúne a todos para deciros que esto se ha terminado, y
en media hora pasas de estar lleno de esperanzas a entrar en caída libre.
Tampoco sabe lo que es no cobrar un mes, ni al siguiente, ni al otro y
mantenerte trabajando con el mismo esfuerzo con la inocente esperanza de que:”bueno,
a ver si el próximo”, mientras de camino a casa, repasas la lista de excusas para
defender un día más ante tu familia, una postura ya indefendible.
A Fátima
Bañez jamás la ha reunido el comité de empresa para contarle que el salario de
todos bajará un 25 por ciento mensual excepto el del director general, porque ese
no se toca. No sabe lo que es salir de tu empresa, una multinacional que reporta
suculentos beneficios a sus accionistas, con un finiquito de cuatro cifras en
la mano, después de 10 años de intachables servicios y felicitaciones, y
cruzarte en el pasillo con el grupo de jóvenes novatos, que cobrando la mitad
que tú te sustituirán a ti y a tus “ancianos” compañeros de 50 años.
La ministra de trabajo no ha tenido que esperar dos años
para que el Fondo de Garantía Salarial le pague lo que su empresa no pudo o no
quiso pagarle. Tampoco ha tenido que hacer cola en una oficina del INEM acompañada
de cientos de personas que esquivan sus miradas como tratando de excusarse por
estar allí.
Pero Doña Fátima Bañez, sólo es una más de esa clase de “políticos
profesionales” que hemos permitido que dirijan una realidad que nunca han
vivido, que conocen de oídas, de lejos, pero que nunca les empapará. Líderes
que esconden con soberbios aplausos su falta de empatía y su absoluta
desconexión con quienes dicen representar.
Hemos aceptado dormidos, unos partidos
políticos que se han convertido en meros ascensores a los que cualquiera puede
subirse cumpliendo el único requisito de utilizar la misma colonia que el resto
del grupo o de disimular con consignas a coro, los malos olores de algún
compañero de viaje de higiene distraída. Y en nuestro prolongado sueño, estamos dejando marchitar sin que parezca notarse, la flor más hermosa de nuestra historia: la democracia.
Hace tiempo que ha sonado el despertador y
es hora de levantarse.