lunes, 16 de julio de 2012

De ministros y ascensores.


Al parecer, Fátima Bañez nunca ha tenido que superar una entrevista de trabajo, nunca ha firmado un contrato laboral sin leer las condiciones porque de haberlas leído no lo habría firmado. Nunca la han echado de ningún empleo felicitándola por el buen papel desarrollado. No sabe lo que se siente cuando el dueño de tu empresa os reúne a todos para deciros que esto se ha terminado, y en media hora pasas de estar lleno de esperanzas a entrar en caída libre. Tampoco sabe lo que es no cobrar un mes, ni al siguiente, ni al otro y mantenerte trabajando con el mismo esfuerzo con la inocente esperanza de que:”bueno, a ver si el próximo”, mientras de camino a casa, repasas la lista de excusas para defender un día más ante tu familia, una postura ya indefendible. 

A Fátima Bañez jamás la ha reunido el comité de empresa para contarle que el salario de todos bajará un 25 por ciento mensual excepto el del director general, porque ese no se toca. No sabe lo que es salir de tu empresa, una multinacional que reporta suculentos beneficios a sus accionistas, con un finiquito de cuatro cifras en la mano, después de 10 años de intachables servicios y felicitaciones, y cruzarte en el pasillo con el grupo de jóvenes novatos, que cobrando la mitad que tú te sustituirán a ti y a tus “ancianos” compañeros de 50 años.

La ministra de trabajo no ha tenido que esperar dos años para que el Fondo de Garantía Salarial le pague lo que su empresa no pudo o no quiso pagarle. Tampoco ha tenido que hacer cola en una oficina del INEM acompañada de cientos de personas que esquivan sus miradas como tratando de excusarse por estar allí.

Pero Doña Fátima Bañez, sólo es una más de esa clase de “políticos profesionales” que hemos permitido que dirijan una realidad que nunca han vivido, que conocen de oídas, de lejos, pero que nunca les empapará. Líderes que esconden con soberbios aplausos su falta de empatía y su absoluta desconexión con quienes dicen representar.

Hemos aceptado dormidos, unos partidos políticos que se han convertido en meros ascensores a los que cualquiera puede subirse cumpliendo el único requisito de utilizar la misma colonia que el resto del grupo o de disimular con consignas a coro, los malos olores de algún compañero de viaje de higiene distraída. Y en nuestro prolongado sueño, estamos dejando marchitar sin que parezca notarse, la flor más hermosa de nuestra historia: la democracia.

Hace tiempo que ha sonado el despertador y es hora de levantarse.