Los escalones del poder.
Desde tiempo
inmemorial, filósofos, científicos, religiosos y en general cualquier ser humano
con cierta inquietud, se han planteado las trascendentales cuestiones de
¿quiénes somos? ¿a dónde vamos? y ¿de dónde venimos?
Las
respuestas a estas tres preguntas, conformarían lo que se conoce como “El
sentido de la vida”.
Desde un
punto de vista quizá simple pero no por ello menos válido, el sentido
indiscutible que tiene la vida es: vivir.
Las
distintas especies de la naturaleza, tratamos de adaptar nuestros individuos al
entorno de manera óptima. El objetivo parece ser que una especie someta al resto
y pueda erigirse así en “especie victoriosa”. El individuo perfecto, será el
que pueda adaptarse sin peligro para su supervivencia al mayor número de
condiciones diferentes que se den en la naturaleza y quizá en un tiempo futuro,
cabría decir que, el triunfador, debería poder amoldarse a todas las
circunstancias que puedan darse en el universo.
Para
conseguir este objetivo, las especies se someten a un proceso de selección
natural, presumiendo que los individuos más fuertes, más hábiles o más ágiles,
son los que tienen más opciones para sobrevivir.
Lamentablemente,
la naturaleza no parece dar demasiado aprecio a la inteligencia y sin embargo
sí parece premiar, quizá en exceso, la fuerza.
Una vez un
individuo ha demostrado su fuerza superior a la del resto de la manada, la
naturaleza lo premia con la posibilidad de aparearse, aumentando así las probabilidades
de supervivencia de su descendencia y por tanto de la especie.
¿Diferente? |
En este
sentido, en la naturaleza existen especies gregarias y solitarias. Aunque el
ser humano se encontraría en una categoría intermedia (semigregario) puesto que
adopta comportamientos sociales pero también solitarios.
La
inteligencia, nos ha dado a los humanos una mayor capacidad que al resto de
especies para tratar de comprender nuestro entorno, modificarlo y usarlo en
beneficio propio, sin embargo, el empeño excesivo de dominación, nos ha hecho
descuidar nuestro entorno hasta el punto de que, de seguir en esta línea, se
atisba un futuro poco halagüeño para el homo sapiens que, en lugar de un
colonizador responsable, parece haberse convertido en una plaga sin control
sobre este hermoso planeta del que se cree dueño y señor.
Pero, al
contrario que en las demás especies de la naturaleza, el ser humano ha creado
sus propias normas, alejadas en extremo de las naturales pero, al fin y al cabo
sometidas, como todo lo que existe, a ellas. Estas nuevas leyes, establecen
incluso las características que ha de tener el individuo dominante, pero no
redefinen el concepto de “poder”, que se sigue entendiendo como la capacidad de dominar
la voluntad del resto de individuos.
Si bien es
cierto que las distintas sociedades humanas se organizan de una manera
jerárquica, no lo es menos que esta jerarquía no se establece por la calidad genética
sino por circunstancias muy diferentes.
Pero de
igual manera que hablábamos de especies semigregarias, también podríamos decir
que no todos los humanos nos sentimos jerarquizados, y que si aceptamos la
estructura es porque no tenemos alternativas.
Esto parece
haber llevado históricamente a los poderosos a elevar el concepto de poder a un
escalón más alto. No sólo se trata ya de que los demás se sometan a la voluntad
de uno, sino que el verdadero poder estaría en que además lo hagan con convencimiento
y movidos por un pensamiento social uniforme.
La última
campaña de muchos medios de comunicación, me lleva a pensar que este es el
siguiente paso que se pretende. No llega con que aceptemos que esta crisis nos
obliga a hacer un gran sacrificio a los que no tenemos la culpa de que todo esto
haya ocurrido, no es suficiente tampoco que aceptemos que los culpables no
deban pagar su culpa, ahora lo imprescindible es que accedamos a reconocer que
todos hemos sido cómplices por haber vivido por encima de nuestras
posibilidades.
No contéis
conmigo para eso. No puedo aceptar jerarquías impuestas, y mucho menos culpas que no
tengo. Mi único pecado ha sido cumplir con rigor en todos los trabajos que he
desempeñado y mi premio el desempleo.
Hace tiempo
que comprendí que un emperador desnudo es un hombre igual que yo y vestido,
sólo es un hombre abrigado.