jueves, 7 de junio de 2012


Los escalones del poder.

Desde tiempo inmemorial, filósofos, científicos, religiosos y en general cualquier ser humano con cierta inquietud, se han planteado las trascendentales cuestiones de ¿quiénes somos? ¿a dónde vamos? y ¿de dónde venimos?

Las respuestas a estas tres preguntas, conformarían lo que se conoce como “El sentido de la vida”.

Desde un punto de vista quizá simple pero no por ello menos válido, el sentido indiscutible que tiene la vida es: vivir.

Las distintas especies de la naturaleza, tratamos de adaptar nuestros individuos al entorno de manera óptima. El objetivo parece ser que una especie someta al resto y pueda erigirse así en “especie victoriosa”. El individuo perfecto, será el que pueda adaptarse sin peligro para su supervivencia al mayor número de condiciones diferentes que se den en la naturaleza y quizá en un tiempo futuro, cabría decir que, el triunfador, debería poder amoldarse a todas las circunstancias que puedan darse en el universo.

Para conseguir este objetivo, las especies se someten a un proceso de selección natural, presumiendo que los individuos más fuertes, más hábiles o más ágiles, son los que tienen más opciones para sobrevivir.

Lamentablemente, la naturaleza no parece dar demasiado aprecio a la inteligencia y sin embargo sí parece premiar, quizá en exceso, la fuerza.

Una vez un individuo ha demostrado su fuerza superior a la del resto de la manada, la naturaleza lo premia con la posibilidad de aparearse, aumentando así las probabilidades de supervivencia de su descendencia y por tanto de la especie.

¿Diferente?
En este sentido, en la naturaleza existen especies gregarias y solitarias. Aunque el ser humano se encontraría en una categoría intermedia (semigregario) puesto que adopta comportamientos sociales pero también solitarios.

La inteligencia, nos ha dado a los humanos una mayor capacidad que al resto de especies para tratar de comprender nuestro entorno, modificarlo y usarlo en beneficio propio, sin embargo, el empeño excesivo de dominación, nos ha hecho descuidar nuestro entorno hasta el punto de que, de seguir en esta línea, se atisba un futuro poco halagüeño para el homo sapiens que, en lugar de un colonizador responsable, parece haberse convertido en una plaga sin control sobre este hermoso planeta del que se cree dueño y señor.

Pero, al contrario que en las demás especies de la naturaleza, el ser humano ha creado sus propias normas, alejadas en extremo de las naturales pero, al fin y al cabo sometidas, como todo lo que existe, a ellas. Estas nuevas leyes, establecen incluso las características que ha de tener el individuo dominante, pero no redefinen el concepto de “poder”, que se sigue entendiendo como la capacidad de dominar la voluntad del resto de individuos.

Si bien es cierto que las distintas sociedades humanas se organizan de una manera jerárquica, no lo es menos que esta jerarquía no se establece por la calidad genética sino por circunstancias muy diferentes.

Pero de igual manera que hablábamos de especies semigregarias, también podríamos decir que no todos los humanos nos sentimos jerarquizados, y que si aceptamos la estructura es porque no tenemos alternativas.

Esto parece haber llevado históricamente a los poderosos a elevar el concepto de poder a un escalón más alto. No sólo se trata ya de que los demás se sometan a la voluntad de uno, sino que el verdadero poder estaría en que además lo hagan con convencimiento y movidos por un pensamiento social uniforme.

La última campaña de muchos medios de comunicación, me lleva a pensar que este es el siguiente paso que se pretende. No llega con que aceptemos que esta crisis nos obliga a hacer un gran sacrificio a los que no tenemos la culpa de que todo esto haya ocurrido, no es suficiente tampoco que aceptemos que los culpables no deban pagar su culpa, ahora lo imprescindible es que accedamos a reconocer que todos hemos sido cómplices por haber vivido por encima de nuestras posibilidades.

No contéis conmigo para eso. No puedo aceptar jerarquías impuestas, y mucho menos culpas que no tengo. Mi único pecado ha sido cumplir con rigor en todos los trabajos que he desempeñado y mi premio el desempleo.

Hace tiempo que comprendí que un emperador desnudo es un hombre igual que yo y vestido, sólo es un hombre abrigado.