viernes, 9 de marzo de 2012


La generación del botón y la pastilla. 

Tras nacer, y a pesar de que su supervivencia depende de ello, un niño dispone de pocas aunque muy eficaces herramientas para reclamar la atención de sus padres.

Quizá el primer gran trauma que debe superar un ser humano es el que supone desvincular el llanto de la satisfacción inmediata de sus necesidades.

Pero el sistema: quiero esto - lloro - lo obtengo, más que desaparecer con la edad, parece haberse transformado. Los, a veces tan mal empleados conceptos de autoridad, disciplina y esfuerzo, no parecen haber calado en las nuevas generaciones de padres, cuyas vidas, inmersas en la rutina del ganar para gastar, no dejan tiempo que invertir en transmitir a sus hijos valores diferentes a los que ellos practican.

El infantil sistema, se ha transformado ahora en: lo quiero - lo pido - lo obtengo y cuando falla la tercera fase del procedimiento, se vuelve a la fórmula inicial sustituyendo quizá el llanto por algo más contundente.

El fomento de esta conducta nos ha convertido en la generación del botón y la pastilla. Ya no nos interesa saber cómo funcionan las cosas sino simplemente que funcionen. Mediante un botón, ordenamos a una máquina que nos lave la ropa, otro botón nos lavará la vajilla y otro nos permitirá ordenar a un aparato que nos entretenga. Un catarro no se resuelve ya con muchos líquidos y siete días de paciencia sino que vamos al médico y le pedimos que nos recete algo que nos lo quite al instante, aunque tal cosa no exista.

Exigimos perfección e inmediatez porque pensamos que nuestro dinero es sagrado y aquello en lo que nos lo gastamos requiere ambas cualidades.

No perdonamos pero exigimos ser perdonados. Nuestro esfuerzo es inmenso y nuestro dinero es la unidad de medida de todas las cosas, pero los demás no se esfuerzan y se creen que con dinero pueden comprarnos. Miramos pero no vemos. Oímos pero no escuchamos. Vivimos deprisa para llegar a no se sabe dónde.

Dicen que lo importante ahora no es saber sino, tener el teléfono del que sabe. Veremos entonces qué ocurre cuando la línea no funcione, o al otro lado de ella no haya nadie.