Visto desde este tablero de ajedrez en el que me ha tocado el
dudoso honor de ser peón, el mundo parece haberse vuelto loco. La estupidez se
ha elevado a la categoría de virtud, el entretenimiento cotiza al alza mientras
que el conocimiento se marchita, mal regado por eventuales subvenciones. Los
planetas giran en torno al dinero y el beneficio económico ciega voluntades y
es la única razón de ser de todas las cosas. Ya no hay blancas y negras y por
eso, tu compañero de fila puede ahora ser tu enemigo. En vez de luchar, competimos,
y la mitad de nosotros tira del carro mientras la otra mitad se deja arrastrar poniendo
el freno de mano.
Escribo desde la cola del INEM, esa caja donde los peones ya sacrificados nos amontonamos a empujones pidiendo perdón por haber nacido y esperando impacientes que comience una nueva partida, intentando mientras tanto renovar nuestra extinta fe en estas normas de juego que siempre acaban con los mismos en el mismo sitio.
A algunos, sólo nos mantiene en pie la esperanza de que algún sabio jugador, con ojos bien abiertos, sacuda un día el tablero para transformarnos a todos en peones y cambie las normas del juego para que podamos movernos todos en el mismo sentido. Porque ni juego, ni piezas ni tiempo son infinitos y este último se nos agota acelerado por los vapores de tantos currículos rechazados.
Ni buenos, ni malos, ni vencedores, ni vencidos, simplemente el juego se ha agotado y es hora de crear uno nuevo. No será mi oportunidad ni la tuya, será la de todos o la de nadie. No me matéis esa ilusión, es lo único que de niño me queda.